domingo, 17 de marzo de 2013

8 claves para educar sin agresividad


M. J. P.B. MADRID
Ser constantes con una serie de pautas desde la más tierna infancia ayuda a prevenir conductas agresivas en los niños. Y también saber reaccionar ante determinadas situaciones cuando los pequeños se dejan llevar por sus impulsos y pegan a otros o les pegan a ellos. Miquel Mena y Jorge Casesmeiro ofrecen estos consejos a los padres:

Los niños hacen lo que ven. Por eso, los padres deben dar ejemplo y no pegar ante sus provocaciones, frustaciones... Si los padres pegan al niño, él incorporará estos gestos agresivos a sus recursos de supervivencia.

Formas de reprimir su conducta agresiva: hacerles entender que causan daño. Para ello podemos utilizar como recursos muecas de dolor o enfado. También la técnica de «tiempo fuera» funciona, castigando al niño en un rincón durante tantos minutos como años de edad tenga. Otra manera es identificar conductas positivas que le aporten los mismos resultados que las agresivas y reforzarlas mediante recompensas.

Ambos progenitores deben aplicar las mismas técnicas.

Cuando pegan a nuestro hijo en el parque, en el patio del colegio, en clase... tampoco hay que ceder. Es decir, si otro niño pega al nuestro porque quiere su juguete o su columpio, no hay que concedérselo. Si lo hacemos estamos enviando a los dos niños el mensaje de que pegando consiguen lo que quieren. Hay que hablar con los padres de ese niño, y según su receptividad y reacción, reprimir al que ha pegado primero.
Nunca responder que devuelva la agresión o que aprenda a defenderse, pues es abandonarle a la ley del más fuerte e incitarle a la violencia.

Si dos niños se pelean deben ser separados inmediatamente, con firmeza y determinación, pero sin brusquedad. Hay que buscar el origen de ese conflicto.
La presencia de un adulto marca límites. Lo ideal es que los padres ayuden a los niños a comunicarse, que medien para que sean los niños quienes resuelvan el conflicto. Siempre con imparcialidad. Si una de las partes tiene razón hay que dársela. Hay que buscar soluciones justas, pero no culpabilidad ni humillar al otro.
Antes de poner límites al hijo de otro, se debe intentar hablar con los padres, abuelos o cuidadores. De todas formas, siempre podemos separar, impedir una nueva agresión o decir «esto no».

Cuando es nuestro hijo el que ha pegado de forma accidental o intencionada es necesario disculparse. Es un aprendizaje que puede empezar desde muy temprana edad. El agredido debe ser atendido, pero cuidado con reforzar en él una imagen de vulnerabilidad que le lleve a identificarse con el papel de víctima.

Las peleas entre hermanos forman parte de un ritual de crecimiento y de exploración de las propias fuerzas y límites, es también una rivalidad natural por el espacio vital, por el reconocimiento de los padres... Los hermanos se pelean con una «agresividad controlada». No obstante, hay que reaccionar: separar, buscar causas, mostrar consecuencias y tender puentes.
Debemos intentar ser equitativos tanto en reprimendas como en elogios, escuchar a ambas partes y otorgar mayor credicbilidad a la parte que se lo merezca. Los celos suelen ser uno de los motivos principales de las peleas entre familiares. Téngalo en cuenta.
Los profesores y otros adultos del entorno del niño también pueden intervenir conjuntamente con los padres para corregir estos actos agresivos, consensuando actuaciones y averiguando cómo reacciona, según la opinión de Miquel Mena. Casesmeiro, por su parte, cree que «si nuestro hijo está involucrado en una pelea, no debemos delegar en otros adultos la resolución. Si intervenimos, hagámoslo de manera que nuestra participación aporte serenidad y madurez, que sea colaboradora y un modelo a seguir para los niños y para los otros adultos».